Se ha escrito muchísimo sobre la primera temporada de «True Detective» y muy poco sobre la segunda. De hecho es difícil encontrar gente con la que debatir sobre esta segunda entrega. Todavía no sé si se trata de otra obra maestra o es una temporada más. Estoy todavía en el cuarto capítulo y esperaré a que acabe para hacer valoración global. Por un lado me gusta el hecho de que sean cuatro los protagonistas principales. Evidentemente se echa de menos al Rust Cohle interpretado por Mathew McConaughey. Era un personaje hipnótico. Uno de los principales artífices del éxito de la primera parte. Y Woody Harrelson también rayaba a un gran nivel. Por eso, para compensar el listón tan alto que dejaron, han optado por un cuarteto. Rachel McAdams, acompañada por Collin Farrel, Vince Vaugh y un desconocido Taylor Kitsch. La actriz está muy bien en su papel de detective atormentada . Salvando las distancias, ha llevado caminos paralelos en su carrera a los de McConaughey: ha pasado de comedias pastelonas a papeles con aristas. De hecho aquí todos los personajes están otra vez mortificados. Y ese es uno de los grandes alicientes de la serie.
El escenario no es tan hipnótico como en la primera, pero la ciudad de Vinci sirve muy bien como alegoría de los defectos de la sociedad moderna: avaricia, corrupción, falta de valores o egoismo. Habla además de temas universales como la amistad, el matrimonio o la homosexualidad. En «True detective» 2 cabe todo. Quizá demasiado. Es recargada. Muy barroca. Ya no hay tanta capacidad de sorpresa y por eso no es tan redonda. La presión de intentar igualar a la primera hace que cojee. Pero aún con todo, una vez que acabe, confío en que dejará un buen sabor de boca.